Primero de Enero: Año Nuevo

La paz, María Madre y el tiempo

 

Del santo evangelio según san San Lucas 2, 16-21

     En aquel tiempo los pastores fueron corriendo y encontraron a María y a José y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, les contaron lo que les habían dicho de aquel niño.
     Todos los que lo oían se admiraban de lo que decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.
     Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho.
     Al cumplirse los ocho días tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.

 

En esta fecha tan universal y envolvente, es inevitable hablar de estos tres temas. 

Empezaremos hablando de la paz. Se nos llena la boca al pronunciar esta palabra, pero no nos interesa demasiado afrontar los verdaderos problemas que plantea. Todos pedimos a Dios que nos libre de la guerra, pero no estamos dispuestos a exigir en nuestro entorno justicia, que es “condicio sine qua non” de una auténtica paz.  

Luchar por la paz haciendo la guerra, garantiza el fracaso. El concepto de guerra preventiva es más perversa que la ley del talión. El ser humano se puede defender de toda agresión sin tener que luchar contra nada ni contra nadie. El secreto sería trabajar siempre por el bien de todos y cada uno de los hombres.  

Juan XXIII, en su encíclica “Pacis in terris”, advirtió que la paz será la consecuencia de la Verdad, la Justicia, la Libertad y el Amor. Esto lleva consigo tener claro que ningún ser humano es más que otro ser humano. Mientras no nos enteremos de esta realidad; mientras haya un solo hombre que se sienta superior, no podrá haber paz.  

Hoy por hoy, estamos a años luz de esta utopía, que sin embargo debe ser el punto de partida de todas las relaciones humanas. Hay muchas personas que intentamos ser justos, ser amables, ser comprensivos, etc. etc., pero con la condición de que no se ponga en duda nuestra superioridad. Esta postura, tan común, es de auténtica hipocresía. 

Todos buscamos la paz. Unos buscamos la paz de los cementerios: ¡Que nadie se mueva! ¡Ay de aquel que se atreva a vivir! Ahí están los “vivos” de siempre, impidiendo el más ligero signo de vida a los demás. 

Otros nos contentaríamos con la paz romana: todos los demás sometidos, humillados al servicio del imperio. Una paz que responde a la ley del más fuerte, sostenida con bombas y cañones. Que mueren personas inocentes, ¡qué más da! Son “daños colaterales”. Que quedan seres humanos destrozados en el camino, da lo mismo, lo importante es que se han cumplido los objetivos.  

Esta paz siempre se consigue a base de hambre, enfermedades e ignorancia. Paz conseguida gracias a que la inmensa mayoría de la humanidad no tiene capacidad de reivindicar los más elementales derechos. Carta universal de los derechos humanos, firmada por todos los países, para qué. Sería de risa, si no fuera de pena.  

Meter a todo el que me lleva la contraria bajo el denominador común de terrorista, no arregla nada. Es verdad que existe el terrorismo irracional, que nunca atenderá a razones, pero estoy convencido de que mucho terrorismo se terminaría con un poco de auténtica justicia.  

La que debíamos buscar todos, es la paz armonía, fruto de la Justicia. Pero el mayor enemigo de la justicia es la legalidad que unos pocos privilegiados imponemos a todos, buscando siempre nuestro provecho. ¿Qué pasaría si las leyes del comercio mundial las hicieran los países más pobres, los que pasan hambre hasta la muerte?  

El primer objetivo de las grandes coaliciones entre las naciones es defender sus intereses económicos. ¿Contra quién? Es demencial. Y encima tenemos que estar oyendo todos los días que somos los buenos. ¡Qué iba a ser del mundo, si no fuera por nosotros! 

Debemos tomar conciencia de pertenecer a una familia, donde no haya ni superior ni inferior, ni señor ni esclavo, esta es la clave de todo el mensaje evangélico. La transformación debe empezar dentro de cada ser humano. Si desterrásemos de nosotros todo egoísmo, se terminarían todas las guerras. Según Jesús, es más humano el que es capaz de amar más. Es inútil pretender una plenitud humana a costa de los demás  

 

El segundo tema que vamos a tratar es el de María Madre. Es la fiesta más antigua de María que se conoce. Pablo VI la recuperó del olvido. Es bonito empezar el año mirando a María Madre, sobre todo si aprendemos a verla sin capisayos y abalorios.  

La primera imagen que el hombre primitivo tuvo de Dios, fue la de Madre. María Madre viene a suplir las carencias que conllevaba la idea de un Dios exclusivamente Padre.  

La maternidad de María es un dogma, que fue definido en Éfeso en el 431. Lo primero que hay que tener en cuenta es que, en aquella ciudad se veneraba a la "Magna Mater", diosa virgen Artemisa o Diana.  

Es muy interesante constatar que ese dogma tuvo que ser aclarado y en cierto modo limitado veinte años después por el concilio de Calcedonia (451) afirmando que María era madre de Dios "en cuanto a su humanidad". Esta aclaración la hemos olvidado por completo y seguimos interpretando mal lo que en el dogma se quiso declarar. 

Para entender el dogma, debemos tener muy en cuenta el contexto en que fue formulado. Se definió como un intento de confirmar, que el fruto del parto de María fue una única persona, contra la tesis nestoriana que afirmaba dos personas en Jesús. Fue una definición cristología, no mariana.  

En aquella época estaban todavía demasiado preocupados por aclarar qué significaba la figura de Jesús. María no era aún motivo de la reflexión teológica.  

No debemos olvidar que este concilio lo promovió Nestorio para que un concilio condenara como hereje a Cirilo, que proclamaba una sola persona en Cristo y por lo tanto que María era con pleno sentido, madre de Jesús Hijo de Dios. A Nestorio le salió el tiro por la culata, y fue condenado él; pero faltó el canto de un duro, para que se condenara como herejía lo que se definió como dogma... Sin comentario.

 

Este dogma de la "Theotokos", literalmente, “la que pare a Dios”, se ha entendido mal, porque no se ha tenido en cuenta el sentido que tenían las palabras en aquel contexto. Es el mejor ejemplo de cómo, conservando las palabras, estamos diciendo algo completamente distinto de lo que se quiso definir.  

El concepto de concepción humana era muy primario en aquella época. Se creía que la nueva criatura procedía totalmente del padre. La madre no tenía otra misión que la de ser recipiente donde se desarrollaba la semilla del nuevo ser. De ahí que no se tenía ningún inconveniente en aceptar que alguien pudiera ser hijo de un dios naciendo de una mujer. Hoy sabemos que el nuevo ser es fruto de la madre y del padre al 50%. Parece ridículo seguir hablando de hijo de dios en sentido biológico, como se deja entender con demasiada frecuencia.  

En la concepción de Jesús, no podemos seguir mezclando el plano biológico y el divino. Se trata de dos planos de naturaleza distinta que no tienen la menor posibilidad de interferir uno en otro. En el orden espiritual, lo biológico no tiene ninguna importancia.  

Hay que defender con rotundidad que lo que Jesús fue y significó, como manifestación de Dios, sólo podía ser obra del Espíritu Santo. Eso nadie lo puede poner en duda. En los relatos del nacimiento y del bautismo de Jesús, se ve con toda claridad: “Concebido por el Espíritu Santo”; “Nacido del Espíritu Santo”. “Ungido por el Espíritu Santo”; “Movido por el Espíritu Santo”.  

Pero también pone Juan en boca de Jesús: “Hay que nacer de nuevo”· “Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu”; “El Espíritu es el que da vida, la carne no vale para nada”.  

Para mí, lo que estamos celebrando es que María hace presente a Dios encarnado (Emmanuel). S. Agustín dice que María fue madre de Dios, no por su relación biológica, sino por haber aceptado el proyecto de Dios. En eso María sigue siendo modelo. Todos tenemos que engendrar a Dios y todos tenemos que dar a luz a Dios, como dijo el maestro Eckhart.  

Los primeros padres llamaban a la Iglesia partera, porque su misión era ayudar a los seres humanos a alumbrar a Dios. Este objetivo no se puede alcanzar promulgando dogmas y decretos sino indicando a los seres humanos el camino de la experiencia de Dios.  

Dios sigue dándose de manera absoluta a todos y cada uno de los hombres. Descubrir y experimentar ese don es la tarea más importante que puede llevar a cabo un ser humano. 

 

El tercer tema tiene que ver con el tiempo (Año Nuevo). El comienzo del año nos tiene que hacer pensar en el tiempo y en la eternidad. Como seres construidos de materia, formamos parte del tiempo, del devenir, de la evolución. Pero a la vez, la eternidad, de alguna manera, nos está atravesando. Si camináramos por el tiempo con los ojos bien abiertos, descubriríamos horizontes de eternidad en la misma temporalidad.

 El concepto de eternidad que manejamos, como algo que está más allá del tiempo, nos está jugando una mala pasada. No es negando la temporalidad, como alcanzaremos la eternidad, sino zambulléndonos en ella hasta encontrarnos con su médula.  

En el NT se manejan dos conceptos muy distintos de tiempo. Uno es el tiempo astronómico (la medida del movimiento), que nos permite conectar con la realidad material y sentirnos inmersos en la contingencia. El otro concepto es el “Kairos”, que sería el tiempo psicológico o espiritual. Este nos permite ir más allá del tiempo y experimentar en cualquier momento lo trascendente, lo divino, la eternidad.  

 

 

Contemplación-meditación

 

Pensar en los orígenes nos obliga a centrarnos.

Para saber donde estoy, debo saber de donde vengo y a donde voy.

El presente consciente incluye el pasado.

El futuro está ya en el presente de la persona despierta.

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La figura de María Madre (origen, Diosa) es fruto del subconsciente.

Completa la idea de Dios Padre

que tenemos arraigada en nuestra cultura.

Dios Padre = poder, autoridad, exigencia; seguridad externa.

Dios Madre (María) = acogida, comprensión, cariño entrañable; seguridad interna.

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Ninguno de nuestros conceptos puede expresar la realidad de Dios.

Pero unidos los dos símbolos,

se acercan un poco más a lo que Dios es.

María nos ayuda a encontrar ese Dios

que es nuestro origen y nuestra meta.

Dios es el ABSOLUTO que me envuelve y me atraviesa.

Sin Él, nada sería yo. Con Él y en Él, lo soy todo.

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