Velad, pues no sabéis cuándo vendrá el señor de la casa
Lectura del santo Evangelio según san Marcos 13, 33-37
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus
discípulos: «Estad atentos, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento.
Es
igual que un hombre que se fue de viaje y dejó su casa y dio a cada uno de sus
criados su tarea, encargando al portero que velara.
Velad
entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el señor de la casa, si al atardecer, o
a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer; no sea que venga
inesperadamente y os encuentre dormidos.
Lo
que os digo a vosotros lo digo a todos: ¡Velad!»
Estamos en el
primer día del Nuevo Año litúrgico. Comenzamos con el Adviento, que no es
solamente un tiempo litúrgico, sino toda una filosofía de vida. Se trata de una
actitud vital que tiene que atravesar toda nuestra existencia. No habremos
entendido el mensaje de Jesús si no nos obliga a vivir en constante búsqueda de
lo que ya tenemos. Lo importante no es recordar la primera venida de Jesús; eso
es solo el pretexto para descubrir que ya está aquí. Mucho menos prepararnos
para la última, que solo es una gran metáfora. Lo importante es descubrir que
está viniendo en este instante.
Todo el AT está
atravesado por la promesa y por la espera. Según el relato bíblico, Dios les va
prometiendo lo que ellos en cada momento más ansían. A Abrahám, descendencia; a
los esclavos en Egipto, libertad; a los hambrientos en el desierto, una tierra
que mana leche y miel; cuando han conquistado Canaán, una nación fuerte y
poderosa; cuando están en el Exilio, volver a su tierra; cuando destruyen el
templo, reconstruirlo; etc. En el AT siempre les promete cosas terrenas porque
es lo único que ellos esperan. Jesús promete algo muy distinto. "He venido
para que tengan Vida y la tengan abundante."
Según el AT Dios
les puso la zanahoria delante de las narices o el palo en el trasero para
hacerles caminar según su voluntad. Tomado al pie de la letra sería ridículo.
Dios no hace promesas para el futuro, porque ni tiene nada que dar ni tiene
futuro. Las promesas de Dios son hechas por los profetas, como una estratagema,
para ayudar al pueblo a soportar momentos de adversidad, que ellos
interpretaban como castigo por sus pecados. Nada de lo que anunciaron los
profetas se cumplió en Jesús. Gracias a Dios, porque todos los textos están
encaminados hacia una salvación de seguridades materiales. Hoy podemos entender
aquellas imágenes como metáforas de la verdadera salvación.
La clave del
relato evangélico está en la actitud de los criados. Nos quiere decir que Dios
está siempre viniendo. Él es “el que viene”. La humanidad vive un constante
adviento, pero no por culpa de un Dios cicatero que se complace en hacer rabiar
a la gente obligándola a infinitas esperas antes de darle lo que ansía. Estamos
todavía en Adviento, porque estamos dormidos o soñando con logros
superficiales, y no hemos afrontado con la debida seriedad la existencia. Todo
lo que espero de Dios, lo tengo ya dentro de mí.
Vigilad. Para ver no solo se necesita
tener los ojos abiertos, se necesita también luz. No se trata de contrarrestar
el repentino y nefasto ataque de un ladrón. Se trata de estar despierto para
afrontar la vida con una conciencia lúcida. Se trata de vivir a tope una vida
que puede transcurrir sin pena ni gloria. Si consumes tu vida dormido, no pasa
nada. Esto es lo que tenía que aterrarte; que pueda transcurrir tu existencia
sin desplegar las posibilidades de plenitud que te han dado. La alternativa no
es salvación o condenación. Nadie te va a condenar. La alternativa es o
plenitud humana o simple animalidad.
Pues no
sabéis cuándo es el ‘momento’. En griego hay dos palabras que traducimos al castellano
por “tiempo”: “kairos” y “chronos”. Chronos significa el tiempo astronómico, relacionado con el
movimiento de los cuerpos celestes. Kairos
sería el tiempo psicológico, el momento oportuno para tomar una decisión. Por
no tener en cuenta esta sencilla distinción, se han hecho interpretaciones
descabelladas. En el evangelio que acabamos de leer, se habla de kairos. Naturalmente que el hombre,
como criatura se encuentra siempre en el chronos,
pero lo verdaderamente importante para él es vivir el kairos.
El punto clave
de nuestra reflexión debe ser: ¿Esperamos nosotros esa misma salvación que
esperaban los judíos? Si es así, también nosotros hemos caído en la trampa.
Jesús no puede ser nuestro salvador. La mejor prueba de que los primeros
cristianos, verdaderos judíos, no estaban en la auténtica dinámica para
entender a Jesús, es que no respondió a sus expectativas y creyeron necesaria
una nueva venida. Esta vez sí, nos salvará de verdad, porque vendrá con “poder
y gloria”. ¿No os parece un poco ridículo? La médula de su mensaje es que la
salvación, que Dios nos ofrece, está en la entrega y el don total.
Las primeras
comunidades oraban: “Maranatha” (ven Señor). Vivieron la contradicción de una
escatología realizada y otra futura. “Ya, pero todavía no”. “Ya” por parte de
Dios, que nos ha dado ya la salvación. “Todavía no” porque seguimos esperando
una salvación a nuestra medida y no hemos descubierto la verdadera salvación,
que ya poseemos. Aquí radica el sentido del Adviento. Porque “todavía no” ha
llegado la verdadera salvación, tenemos que tratar de adelantar el “ya”. Eso no
lo conseguiremos, si seguimos dormimos.
Luchar por un
mayor consumismo y creyendo que en él está la verdadera salvación sería una
trampa. Descubrir ese engaño sería estar despiertos. El ser humano sigue
esperando una salvación que le venga de fuera, sea material, sea espiritual.
Pero resulta que la verdadera salvación está dentro de cada uno. En realidad,
Jesús nos dijo que no teníamos nada que esperar, que el Reino de Dios estaba ya
dentro de nosotros. En este mismo instante está viniendo. Si estamos dormidos,
seguiremos esperando.
La falta de
encuentro se debe a que nuestras expectativas van en una dirección equivocada.
Esperamos un Dios que llegue desde fuera. Esperamos actuaciones espectaculares
por parte de Dios. Esperamos una salvación que se me conceda como un
salvoconducto, y eso no puede funcionar. Da lo mismo que la espere aquí o para
el más allá. Lo que depende de mí no lo puede hacer Jesús ni lo puede hacer
Dios. Esta es la causa de nuestro fracaso. Seguimos esperando que otro haga lo
que solo yo puedo hacer.
La religión me
ofrece salvación, pero solo me salva de los lazos que ella misma me ha
colocado. Dios es la salvación y ya está en mí. Lo que de Dios hay en mí es mi
verdadero ser. No tengo que conseguir nada ni cambiar nada en mi auténtico ser,
simplemente tengo que despertar y dejar de potenciar mi falso yo. Tengo que
dejar de creer que soy lo que no soy. Esta vivencia me descentrará de mí mismo
y me proyectará hacia los demás. Me identificaré con todo y con todos. Mi falso
ser, mi individualidad, será disuelta.
El verdadero
problema está en la división que encontramos en nuestro ser. En cada uno de
nosotros hay dos fieras luchando a muerte: Una es mi verdadero ser que es amor,
armonía y paz; otra es mi falso yo que es egoísmo, soberbia, odio y venganza. ¿Cuál
de los dos vencerá? Muy sencillo y lógico. Vencerá aquella a quien tú mismo
alimentes.
Como los judíos, seguimos esperando una tierra que mane leche y miel; es decir mayor bienestar material, más riquezas, más seguridades de todo tipo, poder consumir más... Seguimos pegados a lo caduco, a lo transitorio, a lo terreno. No necesitamos para nada, la verdadera salvación o, a lo máximo, para un más allá. Si no sientes necesidad no habrá verdadero deseo, y sin deseo no hay esperanza. Hoy ni los creyentes ni los ateos esperamos nada más allá de los bienes materiales. También Dios sigue esperando.
Meditación
Para ver se necesita tener los
ojos abiertos,
pero también se necesita la luz.
Para nosotros la luz es Jesús.
Despertar solo depende de mí.
Puedo pasarme la vida entera dormido,
pero entonces no podré culpar a nadie.